Cierto día el hombre sufrió una complicación en medio de su tratamiento, los médicos no pudieron superarla y éste falleció en el hospital. Mientras tanto “Canelo” como siempre, seguía esperando la salida de su dueño tumbado junto a la puerta del centro de salud. Pero su dueño nunca salió. El perro permaneció allí sentado, esperando. Ni el hambre ni la sed lo apartaron de la puerta. Día tras día, con frío, lluvia, viento o calor seguía acostado en la puerta del hospital esperando a su amigo para ir a casa.
Los vecinos de la zona se percataron de la situación y sintieron la necesidad de cuidar al animal. Se turnaban para llevarle agua y comida, incluso lograron la devolución e indulto de Canelo una ocasión en que la perrera municipal se lo llevó para sacrificarlo. Por lo que se ve, se recibió en la perrera municipal una denuncia de un ciudadano sobre un perro abandonado en la puerta de un centro sanitario y del peligro que suponía para la salud pública. El perro fue cazado y llevado a la perrera, antesala de la muerte canina. Entonces se movilizaron los trabajadores de La Residencia, los amantes de los animales y medio Cádiz encabezados por AGADEN (Asociación Gaditana para la Defensa y Estudio de la Naturaleza) en defensa de la vida y la libertad de “Canelo” y consiguieron el indulto de “Canelo” ya que el teniente de Alcalde de Sanidad del Ayuntamiento de Cádiz firmó un decreto perdonándole la vida. Probablemente sea el primer caso de indulto de un perro vagabundo conseguido por la presión popular. AGADEN lo adoptó, lo vacunó y le arregló los papeles para que dejara de ser un perro vagabundo, un indocumentado y aunque se le buscaron varias familias que lo acogieron, “Canelo” siempre escapaba una y otra vez y volvía a su lugar de espera, sin desmayo, vigilando día y noche la puerta del Hospital en espera de su amo y amigo. La gente lo cuidó y le dio de comer como si “Canelo” fuera suyo durante 12 años. Este perro no fue un perro sin amo, fue el perro de todo Cádiz que lo quiso y lo cuidó como algo propio. Televisiones de varios países pasaron por Cádiz a contar la historia de este singular perro (incluso la BBC).
Doce años, así como lo leen. Ese fue el tiempo que el noble animal pasó esperando fuera del hospital la salida de su amo. Nunca se aburrió ni se fue en busca de alimento, tampoco buscó una nueva familia. Sabía que su único amigo había entrado por esa puerta, y que él debería esperarlo para volver juntos a casa.
La espera se prolongó hasta el 9 de diciembre del 2002, en que Canelo murió atropellado por un coche en las afueras del hospital. Un final trágico, pero esperanzador para quienes amamos los animales, para quienes quizá ilusamente creemos que en el más allá todavía hay algo que nos espera. La historia de Canelo fue muy conocida en toda la ciudad de Cádiz. El pueblo gaditano, en reconocimiento al cariño, dedicación y lealtad de Canelo, puso su nombre a un callejón y una placa en su honor
Entre los atributos del comportamiento canino existe uno que solemos destacar sobre los demás, la fidelidad. Algunas de las historias más famosas sobre este comportamiento son meras invenciones de la literatura y el cine, por ejemplo, las del Pastor Alemán Rin-Tin-Tin y el Rough Collie Lassie, que formaron parte de los personajes favoritos de los niños de hace ya cinco o seis décadas y cuyo comportamiento parecía estar más cerca de la inteligencia humana que de la canina.
Sin embargo, hay historias de perros reales que parecen sacadas de la fantasía más romántica, ya que se trata de perros que permanecen “fieles” a sus dueños a pesar de que éstos fallecen y de las que os vamos a contar algunas de las más conocidas.
Empezaremos por la más distante, la protagonizada por el Akita Inu Hachiko, que vivía junto a su dueño en Tokio y al que iba a buscar diariamente a la estación a su vuelta del trabajo. No obstante, un día de 1925, su dueño fallece y no regresa. Sin embargo, Hachiko continúa yendo a buscarlo cada día durante años. Es posible que esta historia no hubiera sido conocida de no ser por un alumno del propietario de este perro, quien estaba haciendo un censo de Akitas y tuvo conocimiento del comportamiento de Hachiko. Asimismo, consiguió que la historia se publicara en un periódico de tirada nacional, lo que también supuso que aumentara la fama de la raza. Hoy día, este perro tiene una estatua en la estación de Shibuya.
También lejanas, en Argentina, destacan las historias de Collie, Lobito y Ovejero, tres perros que permanecieron junto a las tumbas de sus dueños en el mismo cementerio, el de La Piedad. Por su parte, Collie ya se negó a abandonar el recinto el mismo día del entierro de su dueño y cuando sus familiares fueron a recogerlo al día siguiente ni se dejó acariciar. De Lobito se sabe que estuvo ocho años al pie del nicho de su amo y Ovejero apenas cuatro, ya que después de un período en el que mostraba mayor actividad y buscaba sustento, poco a poco se fue dejando morir allí mismo.
Algo más cerca se produce la historia de Bobby, el perro de John Gray, un policía de la ciudad de Edimburgo que murió repentinamente de tuberculosis en febrero de 1858, momento a partir del cual Bobby pasó el resto de sus días junto a la tumba, 14 años. Al principio sólo se alejaba lo imprescindible de allí, para conseguir agua, comida o guarecerse durante la crudeza del invierno escocés, pero según aumentaba su fama, la gente empezó a llevarle comida y a facilitarle protección. Hoy día existe una estatua dedicada a Bobby enclavada muy cerca del cementerio donde yace su amo y que está erigida mirando hacia él.
Sin embargo, no hace falta atravesar fronteras para ver comportamientos caninos tan conmovedores. En España tenemos algunos ejemplos, por ejemplo, en el cementerio de Nerja, Málaga, donde un perro empezó a frecuentar la tumba de su dueño en 2009 y que volvía cada vez que lo obligaban a salir. Según aumentaba su fama, los vecinos empezaron a llevarle agua y comida, que era lo único que aceptaba, ya que no se dejó adoptar, y eso que muchos lo intentaron.
También en Andalucía, en Cádiz, Canelo dejó patente el estrecho vínculo que tenía con su dueño, a quien estuvo esperando durante 12 años a las puertas del hospital Puerta de Mar, donde falleció en una de las visitas semanales para someterse a su tratamiento de diálisis. De Canelo hay que destacar que, según las personas que se dieron cuenta de su presencia, no se separaba de la puerta ni para beber, y que murió atropellado en un paso de peatones cercano al hospital el 9 de diciembre de 2002, si bien actualmente existe una calle y una placa que conmemoran su historia.
fuente:fc
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